domingo, 8 de mayo de 2011

¿POR QUÉ HAN TAPADO LO VERD

Apenas me acuerdo de cómo sucedió todo. Llegué a Santander con algo más de tres años. Vine porque yo vivía en un pueblo que se llama Resconorio en el cual no había colegio porque no había suficientes niños. Entonces mis padres decidieron que lo mejor para mí es que yo viniese a Santander a estudiar.

Mi pueblo es uno de los más altos de Cantabria porque está casi a la misma altura que el puerto del Escudo. En verano está bastante animado aunque en invierno solo quedan alrededor de treinta vecinos. Mi casa está un poco alejada del centro del pueblo. Hay que coger un camino y después seguir por el monte.

La cabaña es una casa tradicional pasiega pero mis padres y mis hermanos la han ido arreglando. En la planta baja tenemos la cuadra y encima la vivienda. Nosotros tenemos muchos animales: Gallinas, conejos, patos, cerdos, cabras, ovejas, vacas, burros, perros, yeguas, caballos y gatos.

En algunas noches de invierno baja el lobo y ataca a los animales. Muchas veces mi abuela y mi madre salen con una estaca para asustarles. Y yo desde mi cama oía muchas veces aullar al lobo.

También hay que tener cuidado con el zorro, al que nosotros llamamos raposo, y con el milano, que allí llamamos vilano. Yo he visto cómo un milano bajaba volando y cogía una gallina con las garras. Mi madre se levanta todos los días sobre las siete de la mañana, prepara la comida de los animales, coge el cuévano y saca las ovejas para llevarlas a pastar a veces cerca de casa y otras, a pastos que están más lejos. Las vacas se encuentran alejadas de las fincas cercanas al pueblo. Mi padre se ocupa de ellas. Cuando se acaba el pasto en un prado las lleva a otro. Eso se llama mudar. Desde muy pequeña yo acompañaba a mis padres a segar, a la hierba, a mudar y a todas las labores del campo.

Una amiga de mis padres me trajo a Santander y empecé a vivir en un internado con otras niñas y, los fines de semana, con una familia. Por primera vez fui a un colegio, al que iban todas las niñas del internado, que se llama Gerardo Diego.

Yo no entendía por qué no estaban mis padres, ni para qué me habían traído a un sitio tan raro. Quería volver a mi casa y los primeros días ni siquiera hablaba. Solo esperaba que todo aquello terminase y me llevasen pronto a Resconorio.

Pensaba en mis perros y mis ovejas. Mi abuela me había regalado una de sus jatas negras a la que yo puse de nombre Mora. Cuando se hizo mayor tuvo crías y esas también eran mías. Me gustaba jugar con los animales especialmente con una perra que tiene mi madre a la que pintaba las uñas de las patas. Y también con un perrito que se llama Canucho. Recuerdo que una vez rompí una camiseta de mi hermano para hacerle un traje. Ahora Canucho y la perra de mi madre, Bichón, ya son mayores.

Por eso me parecía muy aburrido estar en Santander porque no estaba con los animales ni las cosas sabían igual. Siempre había vivido en un pueblo y nunca en una ciudad, así que me llamaban la atención las calles, que no eran verdes como los prados, y estaban tapadas con cemento.

También cuando iba al parque me llamaba mucho la atención ver a otros niños, porque yo en mi pueblo solo veía a mis hermanos. Estaba tan sorprendida que el primer día que llegué pregunté dónde estaban las vacas. Todo se me hacía raro. Tuve que aprender muchas cosas sobre la ciudad y muy deprisa.

No sabía ni lo que era un ascensor. La primera vez que me subí en uno me dio un poco de miedo. No entendía cómo me metía en un cajón y aparecía en una casa.

Echaba mucho de menos a mis padres y a mi abuela. Mis hermanos también estudiaban en Santander y volvían al pueblo los fines de semana que era cuando los veía antes de que cogieran el autobús para irse. A mis padres no los vi desde septiembre hasta que me dieron las vacaciones de Navidad.

También echaba de menos el monte y la naturaleza. Una tarde, la familia de Santander con la que me quedaba los fines de semana me llevó al monte Corona de excursión. Fuimos a coger castañas. Me puse como loca de contenta; me subí a un árbol y empecé a gritar: “Soy feliz, soy feliz”. Por primera vez en muchas semanas me sentí como en casa.

A pesar de todo me gustaba la vida en Santander, aunque no me acostumbraba a vivir en un piso entre cuatro paredes. Una de las cosas mejores para mí era ir al colegio porque enseguida hice amigos. Mi familia de Santander eran tío Fonso, tía Jóse y sus tres hijas, Olga, Begoña y Cristina. También estaba la abuelita Estrella que era muy graciosa porque no hablaba.

Mi mayor descubrimiento fueron los Reyes Magos. A Resconorio nunca habían llegado.

Mi familia de Santander me animó a escribir la carta y todavía me acuerdo de lo que escribí. Pedí un enchufe para mi abuela y para mi madre un ascensor, para subir de la cuadra a casa. Estaba muy nerviosa esperando los Reyes. Me trajeron un triciclo, puzzles, rompecabezas y una cuna y una silla para el muñeco.

También había decidido que quería tener un niño. Estuve preguntando qué tenía que hacer y me dijeron que escribiera una carta a la cigüeña. Entonces empecé a hacer cartas como una loca y como no sabía escribir solo hacía garabatos. El bebé no llegó nunca.

La primera vez que se me cayó un diente me dijeron que tenía que venir el ratoncito Pérez. Yo esperaba ver llegar al ratón que vivía en mi casa de Resconorio. Salía de un agujero de la cocina y yo le daba de comer un trozo de queso. Siempre que contaba lo de mi amigo el ratón la gente no se lo creía, porque no sabían dónde vivía el ratoncito Pérez. Cada vez que venía el ratoncito a la casa de Santander yo estaba convencida de haberle visto la cola.

Hace casi diez u once años que vivo en Santander y en vacaciones vuelvo a Resconorio. Ya me he acostumbrado a vivir en dos sitios diferentes. Ahora no podría elegir ninguno de los dos auque hay que reconocer mucho q mq gusta estar mucho en mi casa.


un beso

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